ESTE SÁBADO 23 DE JUNIO. A LAS 14 HS NOS ENCONTRAMOS EN LA PUERTA DEL MUSEO ETNOGRÁFICO ( MORENO 350) PARA REALIZAR LA VISITA.
LLEVAR LA AUTORIZACIÓN.
martes, 19 de junio de 2012
martes, 15 de mayo de 2012
LOS ANDES ANTES DE LOS INKA – SEMINARIOS 2012
Para los interesados en el Instituto del Profesorado Joaquín V González se dictará como todos los años el Seminario Los Andes antes de los Inka.
Es un seminario que se desarrollará hasta fin de año, todos los sábados de 9 a 12.30 hrs. en el mismo Instituto, Ayacucho 632
Comienza este sábado 19 de mayo.
Informes e inscripción: 15-66072303
anticip2008@yahoo.com, seminario_andes@hotmail.com
Es un seminario que se desarrollará hasta fin de año, todos los sábados de 9 a 12.30 hrs. en el mismo Instituto, Ayacucho 632
Comienza este sábado 19 de mayo.
Informes e inscripción: 15-66072303
anticip2008@yahoo.com, seminario_andes@hotmail.com
martes, 8 de mayo de 2012
Quijano, Aníbal
EL 'MOVIMIENTO INDÍGENA' Y
LAS CUESTIONES PENDIENTES EN AMERICA
LATINA
Aníbal Quijano*
Aníbal Quijano*
*Sociólogo peruano,
director del Centro de Investigaciones Sociales, Lima.
La economía mundial y
América Latina: Tendencias, problemas y desafíos, Jaime Estay Reyno (compilador), 2005, colección Grupos
de Trabajo, CLACSO, Buenos Aires.
No es poca la letra gastada, dentro y fuera de
América Latina, sobre el así llamado ‘movimiento indígena’, en especial después
de la insurgencia de Chiapas en enero de 1994 y, recientemente, en atención a
los sucesos políticos de Bolivia y de Ecuador. Eso probablemente expresa, ante
todo, un preocupado reconocimiento del impacto político inmediato de las
acciones de los ‘indígenas’, de los conflictos que tales acciones desencadenan
y que amenazan desencadenar en el resto de la población, poniendo en riesgo, en
cada vez mayor número de países, la estabilidad de los actuales regímenes
autodefinidos como democráticos y la ‘gobernabilidad’ de una población cada vez
más descontenta porque sus necesidades son cada vez menos satisfechas, y que
está aprendiendo a organizarse con modos nuevos y a plantear demandas
inesperadas, obviamente, para sus dominadores. Sin embargo, quizá la mayor
parte de la literatura se refiere al tema de la identidad, aunque más bien como
una demostración de la infinitud del discurso sobre la cultura, la
multiculturalidad, la hibridez cultural, etc., en fin, de la siempre creciente
familia de términos que envuelven la cuestión de la identidad para mantenerla lejos
de la cuestión del poder. En cambio, son aún delgadas e incipientes otras
líneas de reflexión sobre implicaciones más complejas y de más largo plazo de
las acciones de los actuales ‘indígenas’ latinoamericanos, en particular
respecto de las condiciones de otras formas de control del trabajo y de la
autoridad colectiva, en la trayectoria de, hacia, otras formas de existencia
social.
Aquí lo que me propongo, principalmente, es
abrir dos de las cuestiones que con respecto al ‘movimiento indígena’ no son aún
suficientemente discutidas pero, que a mi juicio son, podrían ser, las de más
decisiva reverberación sobre la próxima historia latinoamericana: su relación
con el Estado-Nación y con la democracia dentro del actual patrón de poder.
Nota
sobre lo ‘indígena’ y la colonialidad del poder
Para ese propósito es indispensable abrir de nuevo la
cuestión de lo ‘indígena’ en América Latina. Pero, en esta ocasión en un
espacio limitado, me restringiré a plantear las propuestas más significativas
para su indagación y debate.
En primer término, es necesario reconocer que tanto
los que hoy se autoidentifican como ‘indígenas’ en vez de ‘indios’, como
aquellos otros que admiten ahora identificarlos como ‘indígenas’,
¨nativos¨, ‘aborígenes’ u ‘originarios’,
son exactamente lo mismo, si se trata del lugar de su nacimiento o, incluso
para una inmensa mayoría, si se trata de la ‘antigüedad’ - de lo ‘aborigen’,
pues - parcial o total, de su linaje familiar. Esto es, desde esa perspectiva
todos y cada uno de cualquiera de ambos lados caben, exactamente, bajo los
mismos calificativos identificatorios. En cambio, los unos y los otros no son
lo mismo, de ninguna manera, si se trata de su relación con los ‘blancos’ y con
lo ‘europeo’.1
Y esa es, precisamente, la cuestión: cualquiera de
tales ‘categorías’, en América, en especial en América Latina, sólo tienen
sentido en referencia al patrón de poder que se origina en la experiencia
colonial y que desde entonces no ha dejado de reproducirse y desarrollarse
manteniendo sus mismos fundamentos de origen y de carácter colonial. En otros
términos, se trata de un patrón de poder que no deja, no puede dejar, su
colonialidad.
La
colonialidad del actual patrón de poder
Para lo
que aquí específicamente interesa, los principales productos de la experiencia
colonial son:
1) La ‘racialización’ de las relaciones entre
colonizadores y colonizados. En adelante, ‘raza’, un constructo mental moderno,
sin nada que ver con nada en la previa realidad, generado para naturalizar las relaciones
sociales de dominación producidas por la conquista, se constituye en la piedra
basal del nuevo sistema de dominación, ya que las formas de dominación
precedentes, como entre sexos y edades, son redefinidos en torno de la
hegemonía de ‘raza’.2 Los originarios términos extremos de ese nuevo
sistema de dominación son, de un lado, los ‘indios’, término colonial en el
cual son embutidas las numerosas identidades históricas que habitaban este
continente antes de la conquista ibérica y, del otro, los colonizadores, que
desde el siglo XVIII se autoidentificarán, respecto de los ‘indios’, ‘negros’ y
‘mestizos’, como ‘blancos’ y ‘europeos’.
2) La configuración de un nuevo sistema de explotación
que articula en una única estructura conjunta a todas las formas históricas de
control del trabajo o explotación (esclavitud, servidumbre, pequeña producción
mercantil simple, reciprocidad, capital), para la producción de mercaderías
para el mercado mundial, en torno de la hegemonía del capital, lo que otorga al
conjunto del nuevo sistema de explotación, su carácter capitalista.
3) El eurocentrismo como el nuevo modo de producción y
de control de subjetividad - imaginario, conocimiento, memoria - y ante todo
del conocimiento. Expresa la nueva subjetividad, las relaciones
intersubjetivas, que se procesan en el nuevo patrón de poder. Es decir, los
nuevos intereses sociales y las nuevas necesidades sociales que se generan y se
desarrollan dentro de la experiencia de la colonialidad del poder, en especial
de las relaciones entre el nuevo sistema de dominación social ordenado en torno
de la idea de ‘raza’ y el nuevo sistema de explotación capitalista. Ese es el
contexto que modula la novedad de la experiencia del
tiempo nuevo, de radicales cambios histórico-sociales, de nuevas relaciones con
el tiempo y con el espacio, el desplazamiento del pasado por el futuro como la
nueva edad dorada de realización de los anhelos de la especie. En suma, el
proceso que será nombrado pronto como modernidad. El eurocentramiento del
control del nuevo patrón de poder implicó que la elaboración intelectual sistemática
del modo de producción y de control del conocimiento tuviera lugar,
precisamente, en la Europa Occidental que se va constituyendo en el mismo
tiempo y en el mismo movimiento histórico. Y la expansión mundial del
colonialismo europeo lleva también a la hegemonía mundial del eurocentrismo.
4)
Finalmente, el establecimiento de un sistema nuevo de control de la autoridad
colectiva, en torno de la hegemonía del Estado - Estado-Nación después del
siglo XVIII - y de un sistema de Estados, de cuya generación y control son
excluidas las poblaciones ‘racialmente’ clasificadas como ‘inferiores’. En
otros términos, se trata de un sistema privado de control de la
autoridad colectiva, en tanto que exclusivo atributo de los colonizadores, ergo
‘europeos’ o ‘blancos’.3
Ese patrón de poder, que comenzó a ser
constituido hace cinco siglos, es mundialmente hegemónico desde el siglo XVIII.
Si bien las luchas anticolonialistas han logrado desconcentrar relativamente el
control del poder, arrebatando a los colonizadores el control local de la
autoridad colectiva y en gran parte del mundo, ésta incluso se ha hecho
formalmente pública, admitiendo la participación, en general pro-forma, de los
miembros de las ‘razas inferiores’, el control central y mundial no ha dejado
de ser eurocentrado. Más aún, está en curso un proceso de reconcentración del
control mundial o global de dicha autoridad, en beneficio de los europeos.4 Y en una buena parte del mundo actual
excolonial, principalmente en América y Oceanía, los ‘blancos’ y lo ‘europeo’
han logrado mantener el control local del poder en cada una de sus dimensiones
básicas. En América, por eso, las cuestiones referidas al debate de lo
‘indígena’ no pueden ser indagadas, ni debatidas, sino en relación a la
colonialidad del patrón de poder que nos habita, y desde esa perspectiva, pues
fuera de ella no tendrían sentido. Es decir, la cuestión de lo ‘indígena’ en
América y en particular en América Latina, es una cuestión de la colonialidad
del patrón de poder vigente, al mismo título que las categorías ‘indio’,
‘negro’, ‘mestizo, ‘blanco’.
En consecuencia, no es complicado entender
que, en todos los contextos donde el control inmediato del poder local no lo
tienen los ‘blancos’ ni lo ‘europeo’, el término ‘indígena’ no tiene la misma
significación, ergo tampoco las mismas implicaciones. Así, en el sudeste de
Asia, en India, Indonesia, Filipinas, en los países situados en la antigua
Indochina, quienes son identificados como ‘indígenas’ y han terminado aceptando
tal identificación, así como quienes los identifican de ese modo, no mientan
para nada ninguna referencia con lo ‘europeo’, con lo ‘blanco’, en suma con el
colonialismo europeo. Allá los grupos o
poblaciones ¨indígenas¨ son aquellos que habitan las zonas más aisladas, más
pobres, por lo general en la floresta o en la tundra, cuyos principales
recursos de vida, a veces los únicos, son el bosque, la tierra, los ríos, y sus
respectivos habitantes, vegetales o animales. Tales poblaciones son oprimidas,
discriminadas, despojadas de sus recursos, sobre todo ahora en tiempos de la
‘globalización’, por los otros grupos no ‘blancos’, ni ‘europeos’ (por lo
mismo, tan ‘nativos’, ‘aborígenes’ u ‘originarios’ como los otros) que en esos
países tienen hoy el control inmediato del poder, aunque sin duda asociados a
la burguesía ‘global’ cuya hegemonía corresponde a los ‘europeos’ y ‘blancos’.
En países como India, la clasificación de la población en términos de castas,
agrava esa situación de los adivasi (‘indígenas’), los vincula y
equipara a los dalit (‘intocables’), al imponerles un secular sistema
institucionalizado de discriminación y de opresión.5
Y bajo el renovado dominio de los brahmines y su fundamentalismo
‘comunalista’, esa situación es hoy aún peor y más violenta. Las demandas de
los ‘indígenas’ del sudeste asiático son, pues, en todo lo fundamental,
diferentes que los de sus homónimos latinoamericanos. Sus movimientos de
resistencia son cada vez más amplios y organizados y los conflictos regionales
que ya producen irán en la misma dirección. La actual virulencia del
chauvinismo fundamentalista del ‘comunalismo’ es una de sus claras señales.6
La colonialidad del poder y la
cuestión
nacional en América
Con la derrota del colonialismo británico
primero, e ibérico después, en América se instala una paradoja histórica
específica: estados independientes articulados a sociedades coloniales.
Ciertamente en el caso de Estados Unidos, la
nacionalidad del nuevo estado correspondió a la de la mayoría de la población
del nuevo país, que no obstante su origen y filiación ¨europea¨ y ¨blanca¨, con
su victoria anticolonial se otorga una nueva nacionalidad. La población
¨negra¨, inicialmente la única sometida a la colonialidad del nuevo poder
dentro de las sociedades coloniales britano-americanas, e impedida de tener
parte alguna en la generación y control del nuevo estado, era minoritaria a
pesar de su importancia económica, como lo será pronto la población ‘india’ que
sobrevivió a su cuasi exterminio, a la conquista de sus tierras y a su colonización
con posterioridad a la constitución del nuevo país, de la nueva nación y de su
nuevo estado.
En el caso de los países que se constituyen
en la América que se desprende del colonialismo ibérico, sea en el área
española o más tarde en la portuguesa, el proceso es radicalmente diferente:
los que logran asumir finalmente el control del proceso estatal forman, de un
lado, una reducida minoría de origen ‘europeo’ o ‘blanco’, frente a la
abrumadora mayoría de ‘indios’, de ‘negros’ y de sus correspondientes
‘mestizos’. De otro lado, los ‘indios’
eran siervos en su mayoría y los ‘negros’, salvo en el Haití resultante de la
primera gran revolución social y nacional americana del período de la
modernidad, eran esclavos. Esto es, esas poblaciones no sólo estaban legal y
socialmente impedidas de tomar alguna participación en la generación y en la
gestión del proceso estatal, en su condición de siervos y de esclavos, sino que
además, no habían dejado de ser poblaciones colonizadas en tanto ‘indios’,
‘negros’ y ‘mestizos’ y, en consecuencia, tampoco tenían opción alguna de
participar en el proceso estatal. La sociedad continuó organizada, largamente,
según el patrón de poder producido bajo el colonialismo. Era, entonces, y
seguía siendo, una sociedad colonial, en los mismos tiempos y movimiento
histórico en que se independizaba, se formaba y se definía el nuevo estado. Ese
nuevo Estado era independiente del poder colonial, pero, simultáneamente, en
su carácter de centro de control del poder, era una ceñida expresión de la
colonialidad del poder en la sociedad.
¿De cuál ‘nación’ eran los nuevos estados que
se constituían? ¿De los ‘europeos’ o
‘blancos’ que se llamaban ahora ‘mexicanos’, ‘peruanos’ o ‘brasileños’, esto es
que también se otorgaban una nueva identidad nacional? Pero estos eran una
minoría realmente muy pequeña en todas partes, aunque relativamente no tanto en
Chile, donde la mayoría de la población ‘india’ no había sido colonizada y
ocupaba todo el territorio al sur del Bío-Bío y resistió aún por otro siglo
antes de ser cuasi exterminada y colonizada, como lo había sido más temprano en
Argentina y en Uruguay, bajo otras condiciones y con otros resultados. Por el
contrario, la nacionalidad de dichos estados no tenía nada que ver con las
poblaciones colonizadas de ‘indios’, ‘negros’ y ‘mestizos’. No obstante, éstas
eran la abrumadora mayoría de quienes quedaban encuadradas dentro de las
fronteras de los nuevos estados. La nacionalidad de los nuevos estados no
representaba a las identidades de la abrumadora mayoría de la población
sometida a los nuevos estados. En rigor,
originalmente les era contraria.
En ambas
dimensiones fundamentales, el nuevo estado independiente en esta América
(Latina), no emergía como un moderno Estado-Nación: no era nacional respecto
de la inmensa mayoría de la población y no era democrático, no estaba fundado
en, ni representaba, ninguna efectiva ciudadanía mayoritaria. Era una ceñida expresión de la colonialidad
del poder.
La cuestión de la democracia y el
'problema indígena'
Esa peculiar situación de la nueva sociedad ex
– colonial no quedó del todo oculta para una parte de los nuevos dueños del
poder. Inmediatamente después de la consolidación de la victoria anticolonial,
al promediar la segunda década del siglo XIX, en el área hispana ya está en
debate la cuestión del carácter del Estado y los problemas de ciudadanía. Para
los liberales, en particular, eran demasiado visibles, por inmensas, las distancias entre
sus modelos políticos. Entonces procedentes sobre todo del discurso de la
revolución liberal en Europa Occidental, y las condiciones concretas de su
implantación en esta América. Y la población ‘india’ será percibida pronto como
un problema para la implantación del moderno Estado-Nación, para la
modernización de la sociedad, de la cultura. Así, en el debate político
latinoamericano se instala, desde la partida, lo que se denominó por casi dos
siglos, el ‘problema indígena’. Se podría decir, en verdad, que tal ‘problema indígena’
es coetáneo con la fundación de las repúblicas ibero-americanas.
¿Porqué
eran los ¨indios¨ un problema en el debate sobre la implantación del moderno
Estado-Nación en esas nuevas repúblicas?
Fuera de la colonialidad del poder en las nuevas repúblicas, semejante
problema no tendría sentido. En cambio, desde esa perspectiva, los ‘indios’ no
eran solamente siervos, como eran esclavos los ‘negros’. Eran, primero que
nada, ‘razas inferiores’. Y la idea de ‘raza’ había sido impuesta no solamente
como parte de la materialidad de las relaciones sociales – como era el caso de
la esclavitud o de la servidumbre, lo que, en consecuencia, puede cambiar –
sino como parte de la materialidad de las propias gentes, como era,
precisamente, el caso con los ‘indios’, con los ‘negros’, con los ‘blancos’. Y
en este nivel, por lo tanto, no habían cambios posibles. Y éste era,
exactamente, el ‘problema indígena’ : no era suficiente quitar a los ‘indios’
el peso de las formas no salariales de división del trabajo, como la servidumbre,
para hacerlos iguales a los demás, como había sido posible en Europa en el
curso de las revoluciones liberales. O las marcas del colonialismo tradicional,
como el ‘tributo indígena’, para descolonizar las relaciones de dominación,
como había ocurrido al ser derrotadas o desintegrados los colonialismos
anteriores. Y, encima, los sectores hegemónicos dentro de la fauna dominante se
oponían con todas sus fuerzas a la eliminación del tributo, pero sobre todo de
la servidumbre. ¿ Quién trabajaría entonces para los dueños del poder? Y era, precisamente, el argumento ‘racial’ el
instrumento, explícito o sobrentendido, para la defensa de los intereses
sociales de los dominadores.
El
‘problema indígena’ se convirtió, pues, en un auténtico incordio político y
teórico en América Latina. Para ser resuelto requería, simultáneamente, ya que
por su naturaleza el cambio en una de las dimensiones implicaba el de cada una
de las otras: 1) la descolonización de las relaciones políticas dentro del
Estado; 2) la subversión radical de las condiciones de explotación y el término
de la servidumbre; 3) y como condición y punto de partida, la descolonización
de las relaciones de dominación social, la expurgación de ‘ raza’ como la forma universal y básica de clasificación
social.
En otros términos, la solución efectiva del
‘problema indígena’ implicaba, no podía dejar de implicar, la subversión y
desintegración del entero patrón de poder. Y dadas las relaciones de fuerzas
sociales y políticas del período, no era en consecuencia factible la solución
real y definitiva del problema, ni siquiera parcialmente. Por eso, con el
‘problema indígena’ se constituyó el nudo histórico específico, no desatado
hasta hoy, que maniata el movimiento histórico de América Latina: el des-encuentro
entre nación, identidad y democracia.
De otro lado, la independencia política
frente a España o Portugal, bajo la dirección y el control de los ‘blancos’ o
‘europeos’, no significó la independencia de estas sociedades de la hegemonía
del eurocentrismo. En muchos sentidos, por el contrario, llevó a la
profundización de dicha hegemonía, precisamente porque el eurocentramiento del
patrón de poder implicó que mientras en Europa Occidental la modernidad fuera
impregnando no sólo el pensamiento, sino las prácticas sociales, en esta
América la modernidad fuera arrinconada en los ámbitos ideológicos de la
subjetividad, sobre todo en la ideología del ‘progreso’, y ésta, por supuesto,
más bien entre grupos minoritarios entre los sectores dominantes y entre los
primeros y reducidos grupos de capas medias intelectuales.7
¿Democracia y modernidad sin
revolución?
Ese es el contexto que permite explicar y dar
sentido a un fenómeno político peculiar, quizá, de la América Latina: la idea
de que es posible alcanzar o establecer la modernidad y la democracia en estos
países, sin tener que pasar por ninguna revolución del poder, o por lo menos de
cambios radicales en los principales ámbitos del poder. De ese modo, la
modernidad y la democracia, aquí
tuvieron, tienen aún, el lugar y el papel de un espejismo político:
puesto que existen en otros espacios, la retina liberal puede copiar sus
imágenes en el horizonte ideológico del desierto territorio político y social
latinoamericano. Tal espejismo político aún fascina a una parte principal del
espectro político latinoamericano. Y de aquel espejismo tampoco están libres
los que imaginan la revolución latinoamericana como reproducción de la
experiencia eurocéntrica. El
eurocentrismo cobra aquí todas sus consecuencias.
En el debate político latinoamericano de los
casi dos siglos corridos después de la derrota del colonialismo español, esa
ideología ha implicado la adopción del paradigma de la democracia liberal
acerca del Estado y de las relaciones entre Estado y sociedad, pero separado,
incluso opuesto en verdad, del paradigma de la sociedad burguesa. En ésta, que
produjo la democracia liberal, las relaciones de poder social se han
constituido no solamente como expresión del capital y de la centralidad de
Europa en el heterogéneo universo capitalista, sino también – y para las
necesidades de la democracia liberal, sobre todo – como expresión de una
relativamente amplia, si no exactamente democrática, distribución de recursos
de producción, de ingresos, de mercado interno, de instituciones de
organización y de representación. En los países ¨centrales¨ regidos por la
democracia liberal, eso es el resultado de una centuria de revoluciones
liberal-burguesas, o de procesos equivalentes. Pero tales procesos no sólo no
tuvieron lugar, sino que no podían tener lugar en América Latina. Pues no se
trata, obviamente, sólo de la persistencia aquí de la esclavitud, de la
servidumbre, de la limitada producción industrial, etc., producida por la
distribución de poder en el universo capitalista y el proceso de
eurocentramiento de su control. Se trata ante todo de que la ciudadanía liberal
fue, aún es en rigor, una aspiración imposible para la inmensa mayoría de la
población, formada por ‘razas inferiores’, esto es por no-iguales a los demás
En ese sentido, el liberalismo en América
Latina no ha dejado de proponer la imagen de un ‘Estado de Derecho’ constituido
por un universo de instituciones políticas y administrativas, diseñadas casi
siempre con exquisito apego a las mejores esperanzas del liberalismo, pero
sustentadas casi exclusivamente en el discurso constitucional, que no por acaso
tiene en nuestros países una historia tan copiosa, pero sin correlativos o
previos cambios en las relaciones de poder social. Fraseando el propio discurso
liberal, bien podría decirse que esa propuesta ha implicado en la práctica,
casi siempre, un ‘Estado de Derecho’ articulado con una ‘sociedad de derecha’.
Por lo cual cuando funciona no puede durar, nunca ha podido durar, o
simplemente no ha logrado funcionar.8
Respecto del lugar de la población ‘india’ en
el posible futuro democrático, el único cambio importante que pudo ser admitido
ya tarde en el siglo XIX y que ha sido, entrecortadamente, puesto en práctica
en el siglo XX, es la ‘europeización’ de la subjetividad de los ‘indios’, como
un modo de su ‘modernización’. El movimiento intelectual llamado ‘indigenista’
en América Latina, con ramificaciones en las artes visuales y en la escritura
literaria, fue, sin duda, la más acabada encarnación de esa propuesta.9 La colonialidad de semejante idea es, sin
embargo, patente, pues se funda en la imposibilidad de admitir, de imaginar
siquiera, la posibilidad de una descolonización de las relaciones entre lo
'indio' y lo 'europeo', ya que, por definición, lo 'indio' no es solamente
'inferior', sino también 'primitivo' (arcaico, dicen ahora), es decir, por
partida doble, 'inferior¨ ya que 'anterior' a lo 'europeo' en una supuesta
línea de evolución histórica de la especie, concebida según el desplazamiento
del tiempo que se hizo inherente a la perspectiva eurocéntrica de conocimiento.
Ya que no era posible 'ablancarlos' a todos en términos 'raciales', a pesar de
la intensa práctica de 'mestizaje' que cubre la historia de las 'razas' en
América Latina, se concluyó que, en todo caso, era viable y tenía sentido
'europeizarlos' subjetivamente, o culturalmente, si se quiere.10
No será necesario detenerse mucho aquí en lo
muy sabido. Las políticas de los dominantes para enfrentar ese problema fueron
principalmente dos en América, aunque practicadas con muy diversas variantes
entre países y entre momentos históricos. De una parte, el virtual exterminio
de los 'indios' y la conquista de sus territorios, en todos los países en lo
cuales los dominadores, liberales y conservadores por igual, concluyeron pronto
que ninguna des-indianización, como 'europeización', era viable. Así ocurrió en
Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Chile. De otra parte, el asimilacionismo
cultural y político en México-Centro América y en los Andes.11
¿Por qué la diferencia? Principalmente, sin
duda, porque en
esos últimos países la población 'india' era, es, no solamente mayoritaria,
sino, sobre todo, a diferencia de la de los otros países, socialmente
disciplinada en el trabajo organizado dentro de un sistema de dominación y de
explotación. Estos países, como México y Perú,
fueron precisamente las sedes centrales del imperio colonial
español, mientras Argentina, Chile, Uruguay
fueron marginales antes de mediados del siglo XVIII. Dadas esas condiciones, la política de los
'blancos' respecto de los 'indios' prolongó, con modificaciones y adaptaciones,
la política del período colonial, de asimilación y de discriminación cultural,
al mismo tiempo. Con la formación republicana, el asimilacionismo comenzó a
ser, sobre todo desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, la
dimensión enfatizada en el discurso político, aunque mucho menos en la
práctica.
El
asimilacionismo cultural es la política que se ha procurado sostener desde el
Estado, a través del sistema institucionalizado de educación pública. La estrategia, por
lo tanto, ha consistido y consiste en una 'asimilación' de los 'indios' en la cultura
de los dominadores, que suele ser también mentada como la 'cultura nacional', a
través de la educación escolar formal, sobre todo, pero también por el trabajo
de instituciones religiosas y militares. Por eso, en todos estos países, el
sistema educacional pasó a ocupar un lugar central en las relaciones entre
'indio' y no 'indio'. La educación escolar fue inclusive mistificada y
mitificada en ambas partes, y no hay
duda de que en países como México o Perú, más en el primero después de la
'revolución mexicana', de todos modos en ambos más que en los demás países, fue
un mecanismo de des-indianización subjetiva, cultural si se quiere, de una
parte no desdeñable de la población 'india'. Un elemento importante en dicha
estrategia ha sido también la apropiación de las conquistas culturales de las
sociedades que fueron conquistadas, destruidas y sus poblaciones colonizadas,
trasmitido como orgullo de lo 'inca', de lo 'azteca', 'maya', etc., en una
palabra, de lo 'indio' anterior a la colonización.
Sin embargo, dicha estrategia nunca ha
dejado de alternarse y de combinarse con la política de discriminación de los
'indios' y de enajenación de lo 'indio'. De ese modo, la des-indianización no
pudo abarcar a la mayoría de la población 'india' y ésta no pudo incorporarse,
ser incorporada, sino de manera parcial, precaria y formal, en el proceso de
nacionalización de la sociedad, de la cultura, del estado. La colonialidad del
poder sigue implicando que toda o parte de las poblaciones no 'blancas' no
puede consolidarse en su ciudadanía sin originar profundos y graves conflictos
sociales. En ciertos países como Brasil, Ecuador o Guatemala, o en ciertas
zonas de Bolivia, México o Perú, esa es, exactamente, la raíz de lo que para la
fauna dominante quizá aparece todavía apenas como un nuevo 'problema indígena',
pero que en verdad, como se verá inmediatamente, ha inaugurado un período
histórico nuevo y en primer término para el patrón de poder en el cual está
implicado.
Trayectoria del actual 'movimiento
indígena'
En la partida es pertinente hacer notar que el actual ¨movimiento
indígena¨ es la más definida señal de
que la colonialidad del poder está en la más grave de sus crisis desde su
constitución hace 500 años.12
Por
supuesto, las poblaciones sobrevivientes de las derrotadas sociedades e
identidades históricas13 anteriores, no aceptaron inmediatamente nombrarse 'indias'. Algunas de ellas
resistieron admitir la derrota y la desintegración de sus sociedades y de sus
identidades históricas durante todo un medio siglo, como una parte de los incas
del Cusco. Todavía hoy muchos grupos reivindican o vuelven a reivindicar los
nombres particulares de sus antiguas identidades históricas (hoy
colonialistamente admitidas apenas como 'etnicidades'). Y es probable que en
adelante varios otros nombres regresen a la nomenclatura de esas poblaciones e
inclusive que la hoy tan extendida 'tentación identitaria' lleve a que sean
reinventadas algunas identidades para ser recubiertas por esos nombres.
Empero, la consolidación, el desarrollo y la
expansión mundial de la Colonialidad del
Poder
probaron ser procesos de excepcional vitalidad histórica. Pudieron sobrevivir
algunos de sus nombres y jirones de sus memorias históricas, pero todas
aquellas sociedades e identidades, o peoplehoods,
terminaron desintegradas y sus poblaciones sobrevivientes y sus descendientes
terminaron también admitiendo esa derrota y la nueva común identidad colonial,
la cual, obviamente, ya no implicaba ningún peoplehood. Trescientos años
después de la Conquista, al comenzar el período republicano, todas ellas eran 'indias'.
Y durante los dos siglos siguientes, esa identidad colonial se mantuvo. Podría
decirse, sin arriesgar mucho, que para una parte mayoritaria de esas
poblaciones, esa identidad había terminado siendo admitida como 'natural'.
¿Porqué, en consecuencia, el rechazo ahora de esa denominación y la
reivindicación del nombre de 'indígena', se han extendido e impuesto
virtualmente entre esas poblaciones en toda América Latina, en el plazo
relativamente corto de dos a tres décadas?
Y, más aún, ¿Por qué los ¨no-indios¨, ¨mestizos¨ en primer lugar, pero
también los ¨blancos¨ y ¨europeos¨ han terminado admitiendo esa reivindicación?
Entre
dos crisis
Sugiero, en primer término, que el actual
¨movimiento indígena¨ fue incubándose en el mismo cauce del agotamiento de lo
que la investigación social latinoamericana llamó la ‘crisis del Estado
oligárquico’, y que se constituyó y emergió en el mismo proceso de la
neoliberalización-globalización de la sociedad latinoamericana.14
Es necesario tener en cuenta, a este
respecto, que bajo el Estado oligárquico la abrumadora mayoría de la población
llamada 'india' en América Latina era rural, aunque en la ciudad, no sólo en el
campo, el régimen de dominación del cual eran víctimas era igualmente señorial.
Esto es, la condición social de la mayoría de los ‘indios’ era la servidumbre.
Doméstica en las ciudades y agrario-doméstica en el campo.
La
cuasi universal servidumbre de los ‘indios’ fue consecuencia del despojo
continuo de sus tierras en favor de los no-indios, desde el comienzo mismo de
la era republicana. Durante el coloniaje, junto con la eliminación formal del
sistema de encomienda, y como un modo de control de las poblaciones ‘indias’,
la Corona dispuso que se les otorgase tierras para sembrar y para residir, como
zonas de exclusiva propiedad y residencia 'indias'. La extensión de esas
tierras fue diversa según las zonas. Pero no fue poca en ningún caso. En el
Perú fueron muy extensas y en Bolivia aún mucho más. Tras la derrota de los
españoles, Bolívar decretó para todo el ex – Virreinato del Perú, que las
tierras de las comunidades indígenas fueran privatizadas y mercantizadas. Sin
embargo, durante la mayor parte del siglo XIX, las comunidades indígenas de las
repúblicas andinas, mantuvieron el control de la mayor parte de las tierras que
les fueron adjudicadas durante el Virreinato. El despojo recomenzó a fines de
ese siglo, como una de las consecuencias de la apropiación de minas,
plantaciones y haciendas por parte del capital norteamericano. Y se acentuó y
expandió en las tres primeras décadas del siglo XX, reprimida y derrotada
sangrientamente la resistencia del campesinado indígena, forzando a la mayoría
de las poblaciones 'indias' someterse a la servidumbre. Lo que se ha denominado
el Estado oligárquico, basado en las relaciones de dominación inherentes a la
colonialidad del poder, fue fortalecido en esos procesos. En México la resistencia del campesinado
indígena convergió con la disputa por el control del poder en el seno de la
propia burguesía y de las capas medias, dando lugar a la llamada ‘revolución
mexicana’.
Ese
es el contexto histórico que ayuda a entender por qué la crisis y retirada del
Estado oligárquico, en los países de mayoritaria población 'india' tuvo implicaciones
decisivas en la situación social y política de dicha población y estuviera en
el origen de la crisis y del cambio de su identidad.
En
efecto, la crisis del Estado oligárquico terminó junto con el fin de la
predominancia de las relaciones serviles y semi-serviles y la desintegración
de las estructuras de autoridad local y estatal ligadas al poder de la
burguesía señorial y de los terratenientes señoriales, ya sea por revoluciones
sociales como en México (1910-1927) o en Bolivia (1952) en las cuales la
participación organizada del campesinado, 'indio' en su mayoría, fue
decisiva; sea porque, por ejemplo en Perú, por la masiva presión organizada de
los campesinos, mayoritariamente 'indios'. Entre 1957 y 1969, fueron adoptadas
medidas de redistribución de tierras para sembrar, llamadas reformas agrarias;
sea porque los propios terratenientes señoriales fueron forzados, como en
Ecuador (1969-70), a cambiar el régimen de trabajo servil por el trabajo
asalariado. El resultado fue, en todas partes, la expansión del trabajo
asalariado y de las actividades de carácter mercantil.
Tales procesos estuvieron asociados, como
es conocido, con la abrupta urbanización de la sociedad latinoamericanaen su
conjunto, la relativa expansión de la producción industrial y de su mercado
interno, el cambio de la estructura social urbana con la formación de nuevos
grupos de burguesía industrial-urbana, de nuevas capas medias de profesionales
e intelectuales y de una nueva población asalariada, industrial y comercial. Y,
por supuesto, parte de esos cambios fue la masiva migración desde el campo a la
ciudad.
Todo eso se expresó pronto en la relativa modernización del Estado, que
vio no sólo ampliadas sus bases sociales, sino sobre todo cambiadas
profundamente con la parcial y precaria, pero no menos real y decisiva,
incorporación de nuevos contingentes, de origen campesino e ‘indio’, al ámbito
de la ciudadanía, aunque enredados aún en mallas de clientelaje y de formas de
intermediación política, más que de representación directa.
Esos
procesos fueron más amplios, masivos, globales en una palabra, más en unos
países que en otros. Para los de población indígena mayoritaria, esas
diferencias han probado ser decisivas. En el Perú fue donde, sin duda, el
proceso fue más temprano, más rápido y más abarcador. Eso implicó la
des-indianización de la identidad y de la autoidentificación de una parte mayor
de la población ¨india¨, su traslado a las ciudades, a actividades vinculadas
al salario y al mercado, e inclusive en
el mundo rural, mucho más que a las campesinas del período precedente. Ese
específico proceso de des-indianización fue denominado de 'cholificación’.15
La nueva
población ‘chola’ fue, sin duda, la principal protagonista y agente del proceso
de cambios en el Perú posterior a la segunda guerra mundial. Fue ella, en
primer término, la que formó el que hasta fines de la década de 1960 fue el más amplio y poderoso movimiento
campesino de América Latina16 y llevó finalmente
a la desintegración del poder señorial en el campo, cuya culminación fue la
reforma agraria de la dictadura militar de Velasco Alvarado en 1969 hecha, en
rigor, para bloquear el desarrollo del movimiento campesino de los ‘cholos’,
con todas las consecuencias negativas para la sociedad rural y para la
producción agropecuaria. Fueron ellos los que formaron el nuevo contingente de
asalariados industriales y comerciales urbanos, levantaron un nuevo movimiento
sindical, cuya gravitación en el debate político nacional fue muy importante
hasta la crisis de mediados de la década de 1970, y conquistaron decisiones
legislativas que les permitían negociar con algunas ventajas la venta de su
fuerza de trabajo. Fueron ellos los que poblaron el aparato estatal de
educación en todos los niveles, obligando al Estado a su rápida ampliación.
Ellos poblaron las universidades estatales formando un nuevo y más amplio
movimiento de estudiantes universitarios, con consecuencias profundas para el
país, comenzando por la ampliación brusca de nuevas capas medias, que se
reclutaban precisamente en esa población. Ellos, más que nadie, poblaron las
¨barriadas¨ peruanas, que han llegado a albergar más del 70 por ciento de la
población urbana del Perú y que han llegado a significar la experiencia social,
cultural y simbólica central del último medio siglo XX peruano.
La militarización del Estado después de las
experiencias guerrilleras de 1965-1967 y su enfrentamiento con las capas más
jóvenes de esa nueva población ¨chola¨, en especial en las universidades y
entre los intelectuales jóvenes, bloqueó y distorsionó el desarrollo social,
cultural y político de esas poblaciones, sobre todo en la ¨segunda fase¨ de la
dictadura militar (1968-1980), ayudó a exacerbar las graves distorsiones que
las versiones stalinianas y maoistas del ya eurocentrificado 'materialismo
histórico' introducían en las universidades y entre la joven inteligencia
'chola', en el debate sobre el conocimiento del proceso peruano (según ellas el
Perú era una sociedad feudal o semi-feudal, como la China de comienzos de los
años 30 del siglo XX, por lo cual la guerra revolucionaria del campo a la
ciudad, etc., y finalmente se combinaron con ellas, hasta llevar, desafortunadamente
para todos, al turbio y sangriento intercambio terrorista entre el Estado y la
agrupación maoista, Sendero Luminoso, entre 1980 y 2000, y cuyas principales
víctimas fueron las propias poblaciones campesinas ‘indígenas’ o no del todo
'cholificadas' (según la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe Final,
Lima 2003, más de 60 mil).
Durante medio siglo, la población que se
des-indianizó, se apropió de e hizo positiva la derogatoria identificación como
'chola' y/o como 'mestiza', no ha hecho sino aumentar en proporciones y en
presencia e influencia en todos los ámbitos de la sociedad peruana, incluido
por cierto el mundo rural donde habitan, minoritariamente, los que son aún
identificados como 'indios', aunque no es seguro que ellos acepten ya esa
identificación. Y es improbable que la población 'chola' regrese a la
identificación como 'india'.
Esa es, seguramente, la respuesta a la
interrogante que ahora pena en el debate peruano y latinoamericano sobre el
actual 'movimiento indígena': ¿Por qué siendo Perú el país donde la población
'india' era mayor que en los demás países andinos, no hay ahora ningún 'movimiento indígena' importante,
mientras si lo hay y tan presente e influyente en Ecuador, sobre todo, y en
Bolivia?
La neoliberalización-globalización y
sus implicaciones
en el ‘movimiento indígena’
Por comodidad, pero sin arbitrariedad, enlazo
aquí neoliberalización-globalización para denominar el proceso que ha sufrido
América Latina, como el resto del mundo, entre la crisis de mediados de la
década de 1970 y ahora. Hay relativo
consenso en el debate actual, aparte de un océano de escritura, acerca del
debilitamiento y de la des-nacionalización del Estado, de la polarización
social y de la des-democratización de la sociedad. No tengo que insistir en
esas cuestiones.17 Pero lo que tales procesos implican o han implicado
para la cuestión del ‘movimiento
indígena’, apenas comienza a ingresar en el debate latinoamericano. En consecuencia, aquí es más bien pertinente
abrir algunas de las cuestiones más significativas.
Sugiero,
en primer lugar, que la rápida, más bien brusca, desintegración de la
estructura productiva que estaba en curso de desarrollo en estos países,
produjo no solamente el desempleo, aumento del subempleo y rápida polarización
social, sino también un proceso que puede ser reconocido como un proceso de
re-clasificación social que afecta a todos los sectores sociales y, obviamente,
sobre todo a los trabajadores. Y ese proceso está asociado a una crisis de
identidad social en todos los sectores. En primer término, en aquellos cuya
identidad era ambigua o vacilante, empujándolos a la búsqueda urgente de otras
nuevas identidades. Eso es lo que explica, a mi juicio, por ejemplo, que las identidades sociales
expresadas en términos de ‘clases sociales’ hayan cedido en todos estos países,
su lugar a identidades llamadas ‘étnicas’, regionales, residenciales, o
‘informales’ y ‘pobres’.
Esa
crisis y cambio de identidades ha tenido lugar, explícitamente, entre los
trabajadores rurales ‘indios’ de los países andinos y mesoamericanos menos
urbanizados, que habían sido identificados y habían admitido serlo en términos
de ‘clase’, como ‘campesinos’ y que ahora han terminado re-identificándose como
‘indígenas’. Mientras que en el Perú, en cambio, la retirada de la identidad de
‘campesinos’ o no está en juego, o es más bien indecisa y lenta. Inclusive hoy,
la más importante organización comunal enfrentada a las empresas mineras se
llama Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI),
y no apela a la idea de ‘comunidad indígena’ en el propio país donde ella se
originó.
Junto con esos problemas, en segundo lugar, la
llamada globalización ha instaurado también un nuevo universo de comunicación,
con un creciente espectro de recursos, de medios tecnológicos, que van desde el
clásico radio transistor, que fue el primer elemento en romper la localización
aislada de ‘campesinos’ e ‘indios’, hasta el correo electrónico, extendido en
lugares no inmediatamente sospechados, o el teléfono portátil, el famoso
‘celular’, ubicuo ahora inclusive en localidades, de otro modo, aisladas. En
ese sentido, las poblaciones rurales o rural/urbanas en proceso de crisis de
identidades sociales y de re-identificación étnica, sobre todo, han encontrado,
en la red virtual un modo de re-conocerse y de identificarse con todos sus próximos
en lugar y nombre en el sistema ‘racial’ de discriminación y de dominación,
como en el período inmediatamente anterior era pertinente identificarse con
todos aquellos afectados por un mismo aparato de explotación, el capital.
Sin
embargo, las propuestas de reconocer como ‘desterritorialización’ o
‘deslocalización’, las nuevas realidades virtuales que producen esas nuevas
redes de comunicación, en el caso específico de los ‘indígenas’, deben tomarse
con muchas cautelas, porque la geografía, lo local y lo comunal, el vecindario
y la vivienda, tienen sin duda una gravitación muy diferente que en el caso de
las dispersas, a veces itinerantes o trashumantes, poblaciones urbanas de las
sociedades industriales.
En tercer lugar, el debilitamiento del estado,
su visible des-nacionalización
e inclusive su re-privatización en muchos países de la región, procesos todos
que cortan, precisamente, las conquistas de las poblaciones de origen o de
identidad ‘india’ educación y salubridad públicas, servicios urbanos,
producción y protección de empleo asalariado, no solamente han dejado a
sectores amplios de los dominados y explotados de América Latina sin referencia
de apelación para sus demandas y necesidades, ahora mayores y más premiosas que
nunca antes en los últimos doscientos años. En varios de estos países, el
Estado ha venido actuando, sobre todo en la década de 1990, en contra de la
mayoría de la población, de un modo análogo a como lo hacía inmediatamente
después de la derrota de los imperios coloniales ibéricos. Por eso, después de
más de tres décadas de esos procesos, sectores crecientes de la población
popular de América Latina y dentro de ellos los ‘indios’, han aprendido o están
rápidamente aprendiendo que tienen que encontrar maneras no sólo de no vivir
del Estado, sino de vivir sin o contra el Estado.
Y es allí, en ese específico ámbito, donde
probablemente se encuentre el núcleo principal de determinaciones de la
re-identificación en curso: de ‘campesinos’
y de 'indios' a 'indígenas'. Me refiero, ante todo, a las direcciones
que ha ido tomando, desde comienzos de la década de 1980, el manejo de las
cuestiones de la autoridad colectiva o pública por las poblaciones 'indias' que
iniciaron acciones de organización y de movilización en los países
andino-amazónicos y que han ganado celebridad mundial después de Chiapas.
Primero
en el curso de organización de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de
la Cuenca Amazónica (COICA), que se estableció en 1984, integrada por las
organizaciones de las más importantes poblaciones de la cuenca amazónica, de
Perú, de Bolivia, de Brasil, de Ecuador, de Colombia y de Venezuela, y poco
después en la organización de la Unión Nacional de Comunidades Aymaras (UNCA)
en Puno, en el altiplano peruano que bordea el lago Titicaca; en esa misma
década, emergió como uno de los aspectos de mayor significación la
reorganización y revitalización de la comunidad, como la específica estructura
de autoridad colectiva y pública de esas poblaciones. En los congresos que
decidieron la formación de la COICA y de la UNCA, el problema de la ausencia y
de la hostilidad del Estado fue explícitamente debatido y fue decidido, por
eso, la necesidad y la urgencia de la autoridad comunal.18 La cuestión de la autonomía territorial y
política, que había sido el vacío slogan de los seguidores de la Internacional
staliniana a fines de la década de 1920 y comienzos de la década de 1930,
reaparecía ahora, autónomamente colocada en la mesa del debate de las
‘comunidades indígenas’.
Comenzó,
entonces, el período de tensiones y de presiones entre esas poblaciones y el
Estado, que no ha hecho sino ampliarse e intensificarse hasta hoy.
Probablemente fue también el momento del desplazamiento de identidad de lo
‘indio’ hacia lo ‘indígena’. Es dudoso, incierto en todo caso, que se haya
producido entre los ‘indios’ un debate colectivo y sistemático sobre la
colonialidad de los términos 'indio', 'negro', 'blanco', ‘mestizo’, aunque
algunos científicos sociales, en México y en el Perú, ya estaban discutiendo
esas cuestiones.19 Lo más probable es que fue a partir de las
decisiones de reorganización y de revitalización de la 'comunidad indígena' frente al Estado, que se
va produciendo el abandono de la identificación de 'indio' en favor de ‘indígena’.
La 'comunidad indígena' fue una creación de
las autoridades coloniales en el siglo XVI. Durante el coloniaje fue sede y
refugio de las poblaciones 'indias' no inmediatamente servilizadas. Por eso,
cuando comienza el despojo republicano de sus tierras y el sometimiento de los
'indios' a la nueva servidumbre, la 'comunidad indígena' es reclamada y
proclamada como la institución emblemática de la lucha contra la servidumbre y
el abuso de la hacienda, de la mina y del Estado. Y, además, por muchos años,
para la población campesina 'india', se convierte en la sede virtualmente
exclusiva de democracia política bajo el Estado oligárquico, porque todos los
miembros adultos de las 'comunidades indígenas', varones y mujeres, desde los
14 años, tienen derecho a participar en el debate y en las decisiones
colectivas que afectan a sus miembros. Sin duda por eso, ante todo, a despecho
de su origen colonial, la 'comunidad indígena' provee ahora a las poblaciones
de campesinos y de desocupados, informales, de origen ‘indio’ y luego a
profesionales e intelectuales del mismo origen, de las banderas ideológicas
anticoloniales tanto respecto del problema nacional, como de la democracia.
Hay ya
visible, reconocida y activa, una capa de intelectuales ¨indígenas¨ en Ecuador,
en Bolivia, en México, en Guatemala. También en Perú, pero los que se
identifican como tales están sobre todo entre los aymaras y entre los
pobladores de la cuenca andino-amazónica. En el debate reciente acerca de todas
aquellas cuestiones, sin duda han pasado a tener una participación activa y
decisiva. La creación de la Universidad Indígena Intercultural y del Instituto
de Investigaciones Indígenas, en Quito, bajo la conducción de Luis Macas, uno
de los fundadores de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador) y recientemente Ministro de Asuntos Indígenas en el gobierno de Lucio
Gutiérrez, con quien finalmente ha roto, es una de las más eficaces
demostraciones de ese fenómeno.
El actual
'movimiento indígena' se desarrolla inicialmente entre los grupos principales
de la Cuenca Amazónica, cuya expresión mayor antes de la COICA fue ECUARUNARI
(Pueblos del Ecuador), en 1972. Aunque en Ecuador estuvieron activas
organizaciones de 'indios' que, con la influencia y el respaldo del Partido Comunista
Ecuatoriano, buscaban autonomía política respecto del Estado de Ecuador, no es
probable que esos antecedentes hayan tenido gravitación en la formación del
actual movimiento indígena de ese país. Por el contrario, algunas
organizaciones religiosas, salesianos y jesuitas, habrían tenido influencia
importante. En 1980 se formó la CONFENAIE (Confederación de Nacionalidades
Indias Ecuatorianas) y, finalmente, de CONAIE (Confederación Nacional de
Indígenas Ecuatorianos) en 1989, como organización central de todos los grupos
organizados de indígenas ecuatorianos. Su legitimidad política fue conquistada
en la famosa Marcha sobre Quito en 1992. Y ganó presencia internacional con su
participación en la caída del gobierno de Abdala Bucaram en 1997 y con su liderazgo
en la caída del gobierno de Miguel Mahuad, en enero del 2000, en cuya ocasión
el líder principal de la CONAIE, Antonio Vargas, ocupó, brevemente, el sillón
presidencial, con el respaldo del entonces Coronel Lucio Gutiérrez, que después
sería elegido Presidente de Ecuador, gracias, principalmente, al apoyo del
movimiento indígena.20
El caso
de Bolivia es mucho más complejo. Los campesinos bolivianos se fueron
organizando siguiendo patrones sindicales desde la década de 1940, lado a lado
con el movimiento minero. Juntos participaron en la revolución boliviana de
abril de 1952 y mientras los mineros tomaban las minas y las expropiaban, ellos
se tomaron las tierras y expulsaron a los terratenientes señoriales.21 Formaron juntos las famosas milicias obrero-campesinas
que consolidaron la revolución y aliados a la Confederación Obrera Boliviana
(COB), obligaron al gobierno de Paz Estensoro a legalizar y a extender la
redistribución de tierras. Estuvieron en todos los avatares de la política
boliviana desde entonces, aunque no siempre en la misma línea. Inclusive fueron
utilizados por el general Barrientos que, con el golpe militar de 1964, bloqueó
el proceso revolucionario y produjo la feroz masacre de obreros mineros en
junio de ese mismo año.
Al
derrumbarse la minería del estaño y clausurarse las minas estatales, muchos de
los obreros mineros, incluidos algunos de sus más respetados líderes,
decidieron ir a trabajar junto con los cultivadores de coca en el Chapare.
Además, les ayudaron a organizarse según la experiencia sindical minera. Eso
permitió a esos campesinos, ‘indios’ si se les aplica el criterio de ‘raza’, no
ser víctimas, ni instrumentos de las redes mafiosas del tráfico de coca y de
cocaína. Pero también les ha permitido resistir al Estado boliviano y al de
Estados Unidos, empeñados simplemente en la erradicación del cultivo de coca,
sin alternativas provechosas para los campesinos. En esa lucha se han
fortalecido como movimiento de trabajadores y de campesinos, han ganado el
apoyo de otras fuerzas sociales, a las cuales han apoyado en sus propias
luchas, han emergido después como un movimiento político de filiación
socialista, el Movimiento al Socialismo (MAS) y producido líderes políticos de
talla nacional, como Evo Morales, candidato a la Presidencia de la República en
las elecciones y segundo en el resultado final, contra los pronósticos de la
prensa urbana.
De
otro lado, sin perder continuidad con las experiencias del movimiento katarista
(nombre en homenaje a Tupac Katari, caudillo aymara en la revolución de Tupac
Amaru en l780), activo en las luchas campesinas y guerrilleras de la década de
1970, se han ido formando y cambiando otros movimientos de los aymaras, que
pueblan el altiplano que rodea el lago Titicaca. El más importante actualmente es la
Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB),
cuyo líder es Felipe Quispe, apodado el Mallku, que ha conquistado una notable
autoridad sobre el campesinado y notable presencia nacional.
El MAS y la CSTUCB han participado no
solamente en las elecciones, sino sobre todo en amplios movimientos sociales y
políticos en defensa del control nacional de los recursos de producción del
país, como en la Marcha por el Territorio y la Dignidad de 1991, y
recientemente en los conocidos sucesos que llevaron a la renuncia de Gonzalo
Sánchez de Losada a la Presidencia de Bolivia, después de sangrientos
conflictos con el movimiento popular.
No se trata, pues, en el caso boliviano,
estrictamente de ‘movimientos indígenas’
en todos los casos, como en Ecuador, en la COICA amazónica, o en
Chiapas, Guatemala, y más recientemente en los casos de los ‘mapuches’ de Chile
y otros grupos menores en Argentina.
Respecto de Chiapas y de Guatemala, la prensa
internacional ha hecho mundialmente famoso el movimiento de los 'indígenas' de
Chiapas y a su mediático vocero el subcomandante Marcos y en gran medida gracias
a él, lo mismo que sobre Guatemala, por la prolongada y sangrienta guerra civil
y la presencia de la premio Nobel Rigoberta Menchú.22
Sentido y perspectivas del actual
‘movimiento indígena’
No existe, en realidad, un
‘movimiento indígena’, salvo en sentido abstracto nominal. Y sería
malconducente pensar que el término 'indígena' nombra algo homogéneo, continuo
y consistente. Así como la palabra 'indio' sirvió en el coloniaje como un
identificador común de muchas, diversas y heterogéneas identidades históricas,
para imponer la idea de ‘raza’ y como mecanismo de control y de dominación que
facilitara la división del trabajo explotado, la palabra 'indígena', no
obstante ser testimonio del rechazo de la clasificación colonial y de
reivindicación de identidad autónoma, no sólo no es una liberación de la
colonialidad, sino que tampoco indica ningún proceso de homogenización, a pesar
de que, sin duda, disueltas las antiguas identidades, la homogeneidad es ahora
mayor que ayer. No hay duda de que el término cubre una heterogénea y diversa
realidad y tampoco debe dudarse de que varias de las identidades específicas
reaparecerán, ya están reapareciendo, aparte de que varias nunca se
disolvieron, como en el caso de los aymaras, entre los amazónicos, o entre los
diversos grupos de Chiapas o del Altiplano guatemalteco.23
Nada asegura, en consecuencia, que todos los
actuales grupos de 'indígenas' o los que emergerán después, se orientarán en
las mismas perspectivas y se dirigirán hacia el mismo horizonte.
Con
todo, su actual presencia en el escenario latinoamericano tiene algunas
implicaciones comunes. Primero que todo, es verdad, hay un reclamo común de
identidad, pero más bien como contrapartida de la discriminación que impide
asimilarse plenamente a la identidad nacional o cultural dominante. Pero esa
es una reivindicación casi tradicional, en la cual han estado comprometidos los indios y los indigenistas, y por cierto los
antropólogos que quisieran que lo que ellos llaman 'culturas' fueran preservadas
en una suerte de museos, independientemente de si así les gustaría o
beneficiaría a las propias gentes.
Los más organizados, sin embargo, como en
Ecuador primero y luego en Chiapas, han avanzado a plantear la necesidad de un
estado plurinacional. Y no se trata solamente de hacer admitir en los textos
constitucionales las frases rituales, ahora comunes a casi todos esos textos,
sobre la plurietnicidad, la pluriculturalidad, la pluri, etc. Se trata de que
la estructura institucional del Estado sea modificada en sus fundamentos, de
modo que pueda representar efectivamente a más de una nación. Es decir, se
trata de una múltiple ciudadanía, ya que en la existente los 'indígenas' no
tienen, no pueden tener, plena cabida.24
Es también cierto, sin embargo, que ese no es
aún el horizonte de la mayoría de las poblaciones que se re-identifican como
'indígenas' en América Latina. Pero esa demanda implica, de todos modos, el
final del asimilacionismo político y cultural en América, ya que, después de todo,
nunca fue plena y consistentemente practicada por los dominantes no- indios o
'blancos'. Y si eso logra abrirse realmente paso, si no es simplemente
reprimida y derrotada, ese es también el fin del espejismo eurocéntrico de un
Estado-Nación donde unas nacionalidades no han dejado de dominar y de colonizar
a otras, además, mayoritarias.
Una variante de esa demanda es la autonomía
política y territorial. Y en algunos casos, en Venezuela y Canadá, los grupos
dominantes han preferido no arriesgar sus Estados-Nación y ceder territorios
relativamente extensos, políticamente autónomos, para determinados grupos
indígenas. Pero en esos países, como en Argentina, Chile y Uruguay, o en
Brasil, las poblaciones 'indígenas' son minoritarias y bien pueden alguna vez
acceder a espacios relativamente autónomos. Otro muy distinto es el caso de
países con grandes poblaciones 'indígenas', México, Guatemala, Ecuador,
Bolivia, inclusive Perú si los procesos identitarios se movieran en otras
direcciones. Los aymaras han ya imaginado, explícitamente, la posibilidad de
territorio autónomo. Pero ellos habitan en cinco países, y su situación podría
parecerse alguna vez a la de los kurdos en el Medio Oriente. En estos países,
el conflicto entre el Estado-Nación y el Estado Plurinacional está planteado en
serio.
Empero, a
la hora de la globalización, con sus procesos de debilitamiento y de
des-nacionalización de los Estados, la demanda de Estados y de ciudadanías
plurinacionales aparece mucho más confusa y complicada. Porque eso plantea a
los pueblos sometidos a Estados producidos dentro de la colonialidad del poder,
ante todo, pero no menos a los demás pueblos, inclusive a los identificados con
su propio Estado-Nación, un serio problema sobre el control democrático de la
autoridad colectiva o pública. Y aquí,
de nuevo, los movimientos de los indígenas latinoamericanos más fuertes y más
organizados, ya han levantado la reivindicación de la autoridad comunal, o
mejor, de la comunidad como estructura de autoridad apta para ser democráticamente
controlada, desde sus bases y de modo continuo, frente a Estados de naciones
ajenas o, peor, bajo control global, lejano, imperial, represivo, burocrático,
corporativo y vertical, como el que parece emerger con el Bloque Imperial
Global, bajo hegemonía de Estados Unidos.25
En este plano, la iniciativa de la Unión
Nacional de Comunidades Aymaras (UNCA), del lado peruano, intentó un proyecto
notable. Las comunidades de cada jurisdicción básica (el distrito, en el caso
peruano) local, se asocian entre si en una Multicomunal Distrital. Las varias
de ese nivel se asocian en una Multicomunal Provincial. Y ellas dan lugar a la
UNCA. Cada dirigente, de cualquier nivel es electo en su comunidad de base y
puede ser removido allí. El diseño es algo muy parecido a la conocida idea del
Estado que ya no es Estado, porque tiene la consistencia y la cobertura de un
Estado, pero sus bases son diferentes y el modo de su generación y de su
control, mucho más. Se trata de un modo de autogobierno directo de las gentes
asociadas en una red de comunidades, pero con la fuerza y la autoridad de todo
un Estado.
Estas
últimas demandas y ejercicios no nacen del aire, ni están en él. Son el
desarrollo y la redefinición de la secular experiencia de la democracia local
de las comunidades indígenas. Si las poblaciones indígenas mayoritarias en
determinados países deciden poner en práctica esas formas de autoridad
política, podrían confluir con las tendencias más recientes y también más
incipientes de otros sectores sociales, como los que emergieron en el reciente
estallido social de Argentina. De cierta manera, pues, estos movimientos
emergen en el mismo nuevo horizonte común de los nuevos imaginarios de cambio
social y político, la producción democrática de una sociedad democrática.
En todo
caso, la redefinición de la cuestión nacional y de la democracia política,
aparecen ahora como las implicaciones más profundas, las de mayor alcance y de
mayor potencial conflictivo en esta parte de América Latina. En ese sentido,
se trata del desafío más importante que le haya surgido al patrón de poder
marcado por su colonialidad. Este se originó aquí en América y también aquí
está entrando en su más peligrosa crisis.
Notas
1. Toda estadística sobre los
‘indios’ o ‘indígenas’ en América Latina es azarosa e incierta. Depende
obviamente de los criterios de identificación, de quien identifica a quién y
quién se identifica cómo. En México las cifras van de 25 a 50 millones y en los
países andinos de 10 a más de 20 millones. Las cifras solo pueden tener
utilidad de referencia, pero no, exactamente, de estadística.
2. Véase de Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein:
“The Americanity as a concept. Or the Americas in the Modern World-System”.
En International Journal of
Social Sciences, N°134, Nov. 1992, UNESCO, París. También, de Aníbal
Quijano: “Qué tal raza”, originalmente en Familia y cambio social.
CECOSAM, 1999, pp. 186-204. Lima, Perú y reproducido en varias otras publicaciones.
Además, “Raza, etnia, nación en Mariátegui. Cuestiones abiertas”,
en Roland Forgues, ed. José Carlos Mariátegui y Europa, AMAUTA, 1993,
pp. 167-188. Lima.
3. He
comenzado a discutir las cuestiones referidas a ese nuevo patrón de poder, sus
fundamentos y sus implicaciones, principalmente en “Colonialidad del poder,
eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lander, comp. Colonialidad
del saber, eurocentrismo y ciencias sociales. UNESCO-CLACSO, 2000, Buenos
Aires. “Colonialidad del poder y clasificación social”, en Festschrift for
Immanuel Wallerstein. Journal of World-Systems
Research, vol. VI, N°2, Fall/Winter 2002, pp. 342-348. Special Issue. Giovanni Arrighi and
Walter L. Goldfrank, eds. Colorado; y en “Colonialidad, globalización y
democracia”, originalmente en Tendencias básicas de nuestra época.
Globalización y democracia, Instituto de Altos Estudios Diplomático Pedro
Gual, pp. 25-61, 2001, Caracas, reproducido en otras publicaciones
latinoamericanas. Traducción al portugués como “Colonialidade, poder,
globalizaçao e democracia”, en Novos Rumos, Ano 17, N°37, pp. 04-29,
2002, Sao Paulo.
4. El término ‘europeo’ es usado aquí
no en su sentido físico-geográfico, sino en relación con la colonialidad del
patrón de poder vigente. Esto es, como referencia a los grupos sociales
‘blancos’ o ‘europeos’ que tienen el control del poder mundial donde quiera que
sus respectivos países están ahora ubicados, pues esa geografía del poder sigue siendo un producto de la colonialidad
del poder.
5. Hay una extensa literatura de ese
debate. Véase el reciente libro de Agapit Tirkey: Jharkhand Movement. A Study of
its Dynamices. All India
Coordinating Forum Of The Adivasi/Indigenous Peoples (AICFAIP), 2002, New
Delhi. La ‘castificación’ de las relaciones
de poder en India hace más compleja aún la ‘indigenización’ de parte de la
población. Véase, entre otros, de Oliver Mendelsohn y Marika Vicziany: The
Untouchables. Subordination, Poverty and the State in Modern India. Foundations
Books, Cambridge University Press, 2000, New Delhi.
6. En el IV Foro Social Mundial, cuya
cuarta edición acaba de realizarse (enero 15-21, 2004) en Mumbai (Bombay),
India, fue, sin duda, más amplio y popular que los anteriores, precisamente por
la masiva presencia de los adivasi/ indígenas de todo el Sureste
Asiático y sobre todo de todas las regiones de la India, ocupando junto con
los dalit/intocables todos los
espacios del Foro con sus marchas, sus consignas, sus demandas, su protesta
contra la opresión, la discriminación, el despojo, contra la violencia del
fundamentalismo ‘comunalista’. El Foro fue para todos ellos también la ocasión
de un común encuentro, sin precedentes. No hay como minimizar la importancia de
esos hechos cuyas implicaciones no tardarán en hacerse perceptibles.
7. He propuesto algunas cuestiones
para ese debate en Modernidad, identidad y utopía en América Latina,
Sociedad y Política Ediciones, 1988, Lima.
8. Para una debate más detenido sobre
las implicaciones de la ‘raza’ para la ciudadanía, la representación y la
participación en el Estado liberal, se puede ver mi “Colonialité du
Pouvoir et Democratie en Amerique Latine”, en Future Anterieur. Amerique
Latine, Democratie et Exclusion, L´Harmattan, 1994, París. También
“Ciudadanía y democracia: Cuestiones abiertas”, en Heidulf Schmidt y
Helena González, eds., “Democracia para una nueva sociedad”, Nueva Sociedad,
1997, Caracas.
9. En el Perú el
debate más importante se dio entre José Carlos Mariátegui y Luis Alberto
Sánchez. Véase: de J.C. Mariátegui, 7
Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Originalmente publicado
en 1928; de Luis Alberto Sánchez, Apuntes para una biografía del APRA. Los
primeros pasos, 1923-1931, Mosca Azul, eds., 1978, Lima. De José
Deustua y José Luis Renique, Intelectuales, indigenismo y descentralismo en
el Perú, 1897/1931, Centro Bartolomé de las Casas, 1984, Cusco. De Hernán
Ibarra, “Intelectuales indígenas, neoindigenismo e indianismo en el Ecuador”,
en Ecuador Debate, 48, diciembre de 1999, pp. 71-94.
10. Véase Colonialidad del poder,
eurocentrismo y América Latina, op. cit.
11. Hay en ese debate un fenómeno aún
no realmente estudiado. No cabe duda de que la población ‘india’ era
demográficamente mayoritaria en las repúblicas más importantes, en todo caso
más extensas, del área hispana y era culturalmente predominante entre los colonizados,
en México, Centro América y los Andes. No obstante, la población ‘negra’,
aunque obviamente menor, era importante en la costa norte del Pacifico y sin duda, sobre todo, en
el Caribe, para no mencionar el área portuguesa donde era abrumadoramente mayoritaria.
Y curiosamente, la población ‘blanca’ era la menos numerosa en todas estas
repúblicas. Por lo mismo, la demografía no es, seguramente, la instancia a la
que hay que recurrir para explicarse porqué la población ‘negra’ no aparece en
el debate político sobre el Estado, más allá del problema de abolir o mantener
la esclavitud. Sugiero que después de la revolución haitiana, los dominantes de
todas las Américas, pero no menos las de Europa – éstos estaban en pleno curso
de colonización de los ‘negros’ del Africa - procuraron y lograron hacer
sociológica y políticamente invisibles a los ‘negros’ y los incluyeron
solamente en el debate sobre la esclavitud. El hecho es, de todos modos, que en
el debate sobre qué hacer políticamente con las poblaciones no ‘blancas’ o no
‘europeas’, en el área hispana los
‘negros’ son durante todo el siglo XIX virtualmente invisibles. Por eso no se
instala el ‘problema negro’ al mismo título que el ‘problema indígena’.
12. Sus dos primeros grandes momentos
de crisis fueron, primero, la revolución de Tupac Amaru en el Virreinato del
Perú, en 1780, que fue derrotada, pero dejó profundas secuelas para el destino
del poder colonial. El segundo fue la revolución en Haití, en 1804, bajo la
conducción de Toussaint Louverture, sin duda la primera gran revolución
moderna, que en el mismo movimiento histórico produjo una victoriosa subversión
social (esclavos contra amos), otra anticolonial y nacional (la derrota del
colonialismo francés y la formación de la
nacionalidad haitiana), y una de porte global, el primer momento de la
desintegración de la colonialidad del poder (‘negros’ contra ‘blancos’). Los
posteriores avatares del proceso haitiano, de sobra conocidos, mellaron las
potencialidades de la revolución, pero no disminuyen el significado histórico
de aquella gesta excepcional.
13. No tengo una traducción
satisfactoria del término peoplehood, neologismo acuñado en inglés por
Gonzalo Santos, ahora profesor de Bakersfield College, California, mientras
era estudiante del doctorado en State University of New York at Binghamton,
para mentar el modo propio, sui géneris, de ser un pueblo ( en el
sentido que la palabra implica en inglés) con sus propios patrones de poder, su
propia historia, sus conquistas culturales, sus imaginario, conocimiento,
lenguaje, memoria, su lugar en el mundo, pues, y que dice de manera más ceñida
aquello que trato de decir, sin quedar satisfecho, con los términos de
identidad histórica. Quizá sea mejor simplemente usar el neologismo en inglés.
14. Obviamente, de esa
hipótesis de trabajo no se desprende que los ‘indios’, como tales, hayan
comenzado a movilizarse recién en los últimos treinta años. La lista de sus
rebeliones e intentos de organización más permanente, por ejemplo en los países
andinos, no es corta y hay abundante documentación al respecto. Pero mi
propósito aquí no es historiar las rebeliones de ‘indios’ después de la
Colonia, sino indagar por las especificidades y por el sentido del actual
‘movimiento indígena’. Acerca de las luchas de los ‘indios’ antes de ahora,
puede consultarse, entre otros, Guillermo Bonfil Batalla, Utopía y
revolución. El pensamiento político contemporáneo de los indios en América
Latina. Nueva Imagen, 1981. México. Varios: Democracia,
etnicidad y violencia política en los países andinos. IEP/IFEA, 1998.
Lima, Perú. Varios: Sismo étnico en el Ecuador, Abya Yala/Cedime, 1993.
Quito. Rodrigo Montoya: Al borde del naufragio. Democracia, violencia y
problema étnico en el Perú, Talasa Ediciones, 1992. Madrid. Debe tenerse en
cuenta, además, que la mayor parte de las luchas indígenas fueron subsumidas
como luchas campesinas entre 1930 y 1980. Sobre las luchas agrarias y
campesinas, de Aníbal Quijano, “Movimientos campesinos contemporáneos de América
Latina”, en S.M Lipset y A. E. Solari: Elites
y desarrollo en América Latina. Paidos, 1967, Buenos Aires.
15. El debate respectivo, durante las
décadas de 1950 y 1960, tomaron parte varios de los investigadores sociales
peruanos y extranjeros. Véase, sobre todo, de François Bourricaud: “Algunas
características originales de la cultura mestiza del Perú Contemporáneo”. En Revista
del Museo Nacional, vol. XXIII, 1954, Lima. De José María Arguedas, “Evolución
de las comunidades indígenas del Valle del Mataro y de la ciudad de Huancayo¨,
en Revista del Museo Nacional, vol. XXVI, 78-151. Y de Aníbal Quijano
La emergencia del grupo cholo y sus implicaciones en la sociedad peruana, originalmente publicado en Memorias del
Congreso Latinoamericano de Sociología, Bogotá 1964, Colombia. Reproducido como
“El cholo y el conflicto cultural en el Perú”, en Dominación y Cultura. Mosca Azul, 1980, 47-117. Lima, Perú.
16. Un estudio sistemático de esos
movimientos sociales, de Aníbal Quijano “Los movimientos campesinos
contemporáneos en América Latina”, originalmente, en Seymour Martin
Lipset y Aldo Solari, comps. Elites y desarrollo en América Latina,
Paidos, 1967, pp. 254-308. Buenos Aires.
17. Sobre mis propias perspectivas,
puede verse Colonialidad del poder, globalización y democracia, op. cit.
Y sobre las consecuencias de la neoliberalización-globalización en la sociedad
latinoamericana, en especial en la
estructura social y en la estructura de poder, mis propuestas de debate en “El
laberinto de América Latina: ¿Hay otras salidas?” en Revista
Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 10, N°1, enero-abril 2004,
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de
Venezuela, Caracas. También en Tareas
N°116, enero-abril 2004, pp. 39-77, CELA,
Panamá.
18. Invitado al congreso de formación
de la UNCA, me fue permitido asistir a esos debates.
19. Guillermo Bonfil Batalla, México
Profundo. ERA, 1988, México, Aníbal Quijano, “Raza, etnia y nación”, en
J.C. Mariátegui: Cuestiones abiertas, op. cit.
20. Véase de Felipe Burbano de Lara, “Ecuador, cuando los
equilibrios crujen”. En Anuario Social y Político de América Latina, N°3, 2000,
pp. 65/79. FLACSO/Nueva Sociedad, Caracas. De Fernando
Bustamante, “Y después de la insurrección qué.....” en Ecuador Debate, N°49, abril 2000,
pp. 43/56. Quito.
21. Las referencias respectivas en Los
movimientos campesinos contemporáneos en América Latina, op. cit.
22.
Entre los de mayor interés, por ejemplo, de George A. Collier y Elizabeth Lowery Quaratiello, Land and the
Zapatistas. Rebellion in Chiapas, Food First Books, 1994. Oakland,
Ca. Y varios, Auroras of the Zapatistas. Local and Global Struggles
of the Fourth World War. Midnight Notes. 2001, Jamaica Plain,
Ma. Sobre Guatemala, de Kay Warren,
“Indigenous Movements as a Challenge to the Unified Social Movements Paradigm
for Guatemala”, en Sonia E. Alvarez, Evelina Dagnino and Arturo Escobar, eds. Cultures
of Politics, Politics of Culture, Westview, 1998, pp. 165-196. Boulder, Co.
23. Poco tiempo atrás un dirigente
aymara del lado peruano, en una entrevista, enfrentó agriamente a una
periodista que insistía en llamarlo indígena: señorita, yo no soy indio, ni
indígena, soy aymara.
24. Sobre Ecuador, véase sobre todo
de CONAIE. Proyecto político, documento N°4, Quito, 2002. Sobre Chiapas,
Auroras of the Zapatistas, op. cit.
Sobre Perú, han sido difundidos varios documentos. Principalmente,
“Propuesta concertada para incorporar los derechos de los pueblos indígenas y
comunidades en la constitución política del Perú”, presentada por Miguel
Palacin (CONACAMI), Antonio Iviche Quisque (AIDESEP), Hildebrando Ruffner
Sebastian (CCOICAP) y César Sarasara (CONAP), EL 14 de abril de 2003, después
de la Gran Consulta Indígena sobre Reforma Constitucional, del 12-14 de ese
mismo mes.
25. Sobre el concepto de ‘bloque
imperial global’, Colonialidad del pder, gobalización y democracia, op.
cit.
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TEXTOS CONFERENCIA N°1
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