lunes, 12 de octubre de 2009

Las dos vías de la antropología biológica

Jean Benoist*
La antropología biológica lleva en sí dos caminos a menudo contradictorios. Uno se esfuerza por mostrar la historia natural del Hombre, el otro la historia humana de la naturaleza. El primero se limita a confinar a la especie humana en un espacio común con las otras especies vivientes, mientras que el segundo, tomando en cuenta lo que le enseña la antropología social y cultural, busca establecer su propio espacio.
Ambas vías buscan situar al Hombre en el gran movimiento de la evolución, pero solo la segunda incorpora a ese movimiento las fuerzas surgidas del Hombre mismo, de su organización social, de la estructura cognoscitiva y técnica de sus relaciones con lo que lo rodea.
Sin llegar a la exageración de quienes ven en el Hombre una especie autodomesticada, ningún antropólogo biológico puede divorciar las fuerzas que modelan el patrimonio genético de la especie humana y que canalizan su evolución, de las que resultan de la adopción por el Hombre de opciones sociales que tejen relaciones y las técnicas que aseguran la supervivencia y la expansión territorial de la especie.
Leyendo más o menos al azar a través de tal grilla los artículos del Diccionario, este antropólogo biológico cree percibir voces que semejan un eco de la preocupación que preside su propio enfoque. En particular, por supuesto, la de Patrick Tort que converge a través de un itinerario completamente distinto. Se encuentran en los textos donde Darwin se vuelve hacia la especie humana y las fuerzas que actúan en su evolución. «Acaso no se define al núcleo de la antropología moderna como la biología del Hombre social? (...) La tarea de la antropología es poner en evidencia la organización de esta sociedad, identificar las conductas y descubrir su impacto en un sentido opuesto al "libre juego" de la selección. Las reglas de opción colectiva a partir de las estructuras del parentesco; la delimitación de poblaciones por barreras genéticas que no son los encierros de un archipiélago sino las que construyen la lengua, la religión, las relaciones sociales; la modulación de las relaciones con el medio a través de técnicas que inciden en la alimentación; el hábitat; las agresiones patógenas: todos esos hechos sociales son "conductas" que intervienen en el control por el Hombre de fuerzas sobre las cuales las otras especies actúan muy limitadamente. Parece pues que en la especie humana las cosas ocurren de tal modo que la sucesión de adquisiciones de conocimientos, y también la acumulación de reglas y de códigos que rigen las relaciones de los individuos y los grupos, desembocaran en un inmenso trastrocamiento de las fuerzas en juego. Mientras que las especies vivientes son de alguna manera absorbidas por esas fuerzas, sometidas a ellas sin otra posibilidad que reaccionar, el Hombre las supera poco a poco. Sin que eso sea necesariamente intencional, pasa a manipular lo que en última instancia lo transformará. Desde la aparición de las civilizaciones agro-pastoriles a la de las sociedades industriales, se opera una formidable redistribución de equilibrios, el Hombre toma en sus manos no su destino biológico, sino instrumentos que construyen ese destino sin que él mismo lo sepa.
Sin embargo el antropólogo necesita de una prudencia que puede oponerlo al filósofo. Y esta obra refleja, aquí y allá, dispersas a lo largo de los textos, dos tendencias que parecen herederas de dos formas bastante poco conciliables de pensar, o de acceso al conocimiento. «Será porque Darwin está en una encrucijada? Por un lado, está la marcha a tientas del biólogo, que procede de hecho en hecho para la elaboración de teorías parciales que se encajan y se desarrollan sin ser nunca un conjunto cerrado, ni siquiera acabado. Incluso una teoría tan unificadora de sus distintos aspectos como la de Darwin ofrece, en la medida que se considera científica, zonas propicias al cuestionamiento, a la corrección.
Por otra parte está la búsqueda del filósofo. Colocado ante uno de los problemas que tiene los más resonantes ecos en el pensamiento humano, un problema que funda las filosofías y las religiones, aunque Darwin sea un naturalista está también en el centro de esa búsqueda. Y no se lee igual al filósofo que al científico. Su pensamiento es ante todo un hecho de pensamiento que no muere con su autor ni con los fundamentos científicos sobre los que se apoyaba. No solo se sitúa relación con un problema, ni solo encuentra su legitimidad en la calidad de la respuesta que aporta a los problemas planteados: existe, tiene lectores, efectos sociales y filosóficos. No es solo un resultado, sino también una fuente.
«Leer a Darwin no es también oscilar entre esas dos lecturas? Una mantiene distancia ante el sabio que hizo una contribución, pero muchas de cuyas afirmaciones merecen ser retocadas - lo que por otra parte, ha sido hecho-. La otra percibe la coherencia del discurso del pensador, más importante aún porque tiene raíces en el conocimiento de la naturaleza al mismo tiempo que ubica en ella el lugar que ocupa el Hombre «qué importan, pues, los retoques que la biología moderna pueda aportar? « O las contradicciones que surgen cuando evidencia la parte no selectiva de la evolución? Lo importante no reside allí. Está en un pensamiento que tuvo efectos tales que -llevando las cosas al extremo- aún si todos los datos científicos que le permitieron nacer se revelaran falsos, no por eso dejaría de ser una de las fuerzas que han dado al siglo su visión del Hombre y el mundo.
Sin embargo, a los ojos de un antropólogo que intenta hacer las dos lecturas por razones igualmente importantes aflora un peligro y a veces uno se pregunta si el filósofo lo advierte: es el de extralimitarse, leer más allá de la obra misma, adaptando su interpretación no a la preocupación por conocerla, sino a la de ampliar su sentido a escala del mundo actual. De convertirla ya no en la obra de un investigador y de un pensador, que tiene sus límites y sus errores, sino en la de un fundador. Se asistiría entonces, si se me permite la paráfrasis, a un "efecto reversible del pensamiento": la verdad, lo que motiva la búsqueda del investigador, ya no serían más ese conjunto de fragmentos que acumuló en las alforjas a lo largo de su vida; sería su palabra, independientemente de lo dicho, por el solo hecho de emanar de él. Ya no seria ni sabio, ni filósofo: se convertiría en profeta. Un último voto del antropólogo: ªque jamás se rebaje a Darwin al rango de profeta!
* Médico y Antropólogo CNRS. Universidad de Aix-Marsella.

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